EL BASTÓN DE MANDO Y LO MODERNO
Por: Dra. Ilian Yasel Iradiel Villanueva Pérez, Magistrada Penal del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Chihuahua.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación estrenará la Décima Segunda Época de su Jurisprudencia en un país en el que imperan realidades sociales de desigualdad histórica, de violencia, de discriminación y de inseguridad; en una nación de exquisita diversidad cultural y de variados sistemas normativos. El foco estuvo, en días recientes, en el cambio del logo, en el que se incorporó el bastón de mando: símbolo de los pueblos originarios de México.
Elemento novedoso que mucho llamó la atención y los “memes” comenzaron, cual pólvora, su reguero digital. Ironizaron “la puntada” de un elemento autóctono en el emblema del máximo Tribunal del Estado. Las manifestaciones burlescas e intolerantes encubiertas bajo supuesto humor, dejaron al descubierto un pensamiento rancio: la modernidad es y debe ser, blanca.
El blanqueamiento como discurso dominante en una estructura social se coloca como el evidente y lógico deseable cultural. Todo queda sujeto al blanqueamiento cultural. Las diferencias que aparecen con sólo ocupar la vista o afinar el oído, se categorizan, también, según su blancura. Mucho se ha discutido y corren ríos de tinta sobre la modernidad y sus hitos. Entre tanto, el colonialismo, como proceso político, dejó hondas raíces que, por lo visto, persisten.
Así es, el espacio descubierto -diría De Sousa Santos en su célebre Epistemología del Sur- no constituyó una alteridad del occidente, sino uno de inferioridad, cuya amenaza no lo es en la disputa civilizatoria o racional del mundo – como representó el oriente- sino la amenaza de lo irracional. Desde Lévi Strauss hasta, en años recientes, con el gran Dussel, quedó bastante claro que el mito es la realización simbólica de lo racional es, dijo en su Filosofías del Sur, la explicación o interpretación real del mundo, de la subjetividad, del horizonte práctico ético o de la referencia última de la realidad que se descubrió simbólicamente.
La jocosidad que provocó el bastón de mando en el emblema de un poder del Estado, de ese estado moderno construido desde el altar de lo blanco, no podía más que producir cierto desprecio; no tan abierto, claro, sino encubierto en el anónimo humor de la ridiculización, de todo aquello que constituye una inferioridad desde lo moderno.
Las burlas, los chistes y la supuesta jocosidad, con su pretendida sátira sobre un hecho social: las diferencias colocadas en desigualdad histórica, producen una radiografía triste e incluso reprochable sobre el entendimiento del principio de igualdad el que, dicho sea con énfasis, constituye la columna vertebral del sistema jurídico mexicano al consagrase en el primer párrafo del primer artículo de nuestra constitución general, que no puede verse como un simple conjunto letrístico.
La pretendida “visión chusca” sobre un símbolo de autoridad y de espiritualidad de los pueblos originarios es, por lo menos, petulante en el contexto de este país con magnífica diversidad cultural.
Bueno…Otro tema, para otro momento, será el dialogar sobre el peso de ese símbolo en el máximo Tribunal del Estado, cuando decida en cada caso concreto los derechos de integrantes de pueblos o comunidades originarias o bien, qué sentido les merece la reserva de jurisdicción indígena prevista en el artículo 420 del Código Nacional de Procedimientos Penales.

