El valor del agave debe superar el valor del impuesto
Por Mario Beltrán y Puga
Dicen que “para todo mal, mezcal y para todo bien, también”. Pero hoy debemos hacernos una pregunta incómoda: ¿qué tan bien le hace al país una recaudación fiscal que castiga a quienes producen nuestros destilados nacionales?
En México pagamos más del 53 por ciento de impuestos a las bebidas alcohólicas. Contribuir al Estado es una obligación de todas y todos, pero la recaudación debe ser justa y compatible con el desarrollo del campo y la industria. La realidad es que la mayoría de los destilados artesanales y ancestrales se venden más en el extranjero que en México porque exportar exenta del pago de IEPS e IVA. Aun así, las comunidades productoras rara vez acceden directamente a esos mercados. Dependen de intermediarios que compran barato líquidos que son el resultado de décadas de tradición.
Los destilados de agave, elaborados a partir de plantas que necesitan al menos ocho años para madurar, pasan por procesos únicos en el mundo. Mientras otras categorías cuentan con maquinaria calibrada y sistemas automatizados, muchos destilados mexicanos siguen dependiendo del corte a mano, del alambique de barro y del conocimiento familiar que se hereda como un oficio vivo. Esta maestría sostiene economías locales que, sin embargo, no reciben el reconocimiento ni la retribución que merecen.
El problema se agrava cuando nuestros destilados quedan clasificados como “productos nocivos”, compartiendo categoría fiscal con refrescos excesivamente azucarados, cigarrillos y combustibles fósiles. La idea es que estos impuestos ayuden al sistema de salud, pero en la práctica encarecen los productos de calidad y favorecen la masificación de bebidas que no representan el patrimonio cultural del país. Como consecuencia, se limita que bares y restaurantes ofrezcan etiquetas nacionales de alta gama y se reduce el acceso de la población a bebidas que son sinónimo de México en el mundo.
Ante este contexto nació “De la raíz al vaso: camino del agave al trago justo”, una iniciativa que busca unificar a bartenders, productores, consumidores y sectores artesanales para exigir un sistema fiscal más justo. El Manifiesto explica, en términos sencillos, que no se trata de pagar menos impuestos sino de pagarlos de manera más equitativa. También recuerda que la identidad líquida de México depende de la supervivencia del campo, de las prácticas sostenibles y del reconocimiento al trabajo de las comunidades.
Quienes trabajamos detrás de la barra vemos una tendencia clara. El mundo bebe menos, pero bebe mejor. Las personas se interesan por el origen de lo que consumen, por la sostenibilidad y por el valor cultural de sus bebidas. México podría liderar esta transición si adoptara un modelo de recaudación que no castigue a quienes producen con responsabilidad y respeto a la tierra.
La propuesta es simple y ya existe en países como Francia, Irlanda, Escocia y Colombia: pasar de un impuesto basado en el precio de la botella a uno basado en el contenido de alcohol. Este esquema permitiría un piso fiscal parejo y, según estudios recientes, podría incluso incrementar el PIB hasta un punto porcentual anual. No se pagaría menos, se pagaría mejor.
Hoy bartenders, comunidades del campo y sectores artesanales levantamos la voz juntos. Porque cuando la justicia fomenta desarrollo, la tradición florece y el orgullo nacional se vuelve un movimiento.

