Puede parecer trivial, pero, para una litigante tan activa como la autora, es difícil acudir a un juzgado o un tribunal… sin café
Gabriela Cid de León Briones
Y es que hablar de café y derecho puede resultar emocionante, solemne, misterioso, necrológico, sutil y hasta cierto punto superficial. Pero vale la pena platicar de este dúo que a muchas personas ha dado brillantes o malísimas ideas, a otras los mantiene en estado de alerta o con ojo tembloroso y hay a quienes simplemente no les gusta, sin que ello constituya delito alguno, pero sutilmente cerca.
Lo cierto es que para la mayoría de las personas el café suele ser “un lugar seguro” además, con buenísimas razones para considerarlo así.
Y es que el regocijo de la mañana con un café no se reproduce fácilmente en el resto del día y es normal. La cafeína nos avispa, nos revive, nos despierta y lo captamos desde la propia etimología de la palabra: “café”, del árabe Qahwah, significa “estimulante”; de allí pasó al turco, con el nombre: “Kahveh”; y de ahí, al italianísimo: “caffe”.
Con ese aroma que debería ser considerado patrimonio de la humanidad y esa taza o vaso que abrazas bajo celosa posesión es que debemos el descubrimiento de la porcelana que hizo la civilización china y con la que podemos disfrutar de esas tazas.
Un café por la mañana mientras lees, revisas el celular, ves el amanecer, o lo tomas al vuelo para llegar a tus deberes que, si se te cae, lo incluyes para todo el día en tu ropa. O un barista que te saluda y te pregunta si el de “siempre” o el de la señora que va con carritos de supermercado de extraña procedencia para venderte ricos cafés con leche y panes enormes, es parte de la cultura, es un idioma para los abogados, por varias razones.
El aroma del café está presente en aquellos sitios donde el profesional de derecho se establece, como en los funerales, y es que en ambos se tratan desgracias y se requiere cierta solemnidad.
El otro día escuche a un colega decir: “mientras haya ladrones y mujeres llorando tendremos trabajo” ¡Qué duro¡ y ¡Qué cierto¡ pero los profesionales del derecho vivimos de las miserias o bondades humanas en su máxima expresión; de atropellos e injusticias y eso requiere conocerse, controlarse, saber escuchar a las personas, dar un pañuelo y ofrecer café, té o agua, por supuesto.
Tener grandes charlas y entrevistas en las que el abogado y hasta el cliente requieren esa formalidad que se redondea con el café y ayuda a mantener alerta los sentidos para poder seguir la trama e ir armando mentalmente la estrategia; con pequeños sorbos mantener una escucha efectiva sin interrumpir y menos bostezar con la persona que te está contando su problema importante para su vida.
Son pocas, pero sí que las hay, las personas previsoras que van con los abogados por su propio pie y pasan cada cometa, pero sí llegan a verse por el despacho del asesor legal antes de cualquier riesgo de explosión y, por lo general, piden ese café para tomar con toda calma y serenidad.
Y qué decir del café entre colegas, es sabido que el café mejora las capacidades intelectuales (hay casos que no) pero vaya que es tan necesario para los debates, actualizaciones y pláticas que hacen amable el ambiente y es que, digo: “El café no te quita lo tonto, pero te hace un tonto más despierto, más avispado”.
Todo profesional del derecho que guste del café debe conocer su dosis justa antes de una audiencia, hablar con un juez, ministerio público, dar una catedra, grabar un podcast o iniciar una investigación. El resultado dirá si se estudió y se tomó la decisión correcta.
Otro decir, es el de las pausas para café que a veces se hacen cortas o infinitas por el estudiante de derecho o abogado que iba preguntar y terminó dando un tratado de su teoría o insultando al prójimo. Una pausa es el alivio reconfortante para todos los participantes, ayuda a socializar, relacionarse, relajar el alma, comer algo, hidratarse o si es necesario, escapar de ahí.
Y que tal un café para dar mil vueltas a un “NO HAY LUGAR”, recibido como bofetón a tu petición o dar un sorbo de instinto asesino cuando el cliente omitió información o mintió sobre algo relevante para su asunto y te enteras poco antes de la audiencia; o que tal aquel café de la secretaria del juzgado cuando ve que le han asignado ese expediente recién llegado en carretilla.
Ese café en mano cuando el juez recibe de nuevo un recurso de queja o aquel que tomas cuando escuchas que el becario llega feliz al despacho porque entregó el acuse y está fascinado del deber cumplido; o aquel que bebes para disfrutar los argumentos de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación y otras instituciones.
Por último, aquellos cafés que rodean los tribunales de justicia a nivel global y que son buen negocio para el buen ojo avizor del colmilludo comerciante, en el que citas a tus clientes, amigos, colegas, contrarios, alumnos… pero el punto de encuentro es: la justicia ¿Te fijas? por esta razón bromeo con mis colegas bajo el absoluto principio general “In dubio pro … café” en caso de duda, café y por supuesto, “Primero café, después la justicia”.
Así que nos queda disfrutar del café como pasión y el derecho por vocación, antes de que llegue el profesional de la salud a prohibirlo bajo el argumento del mantenimiento por el normal desgaste del paso del tiempo.