Por Luz María Zarza
Aunque la presencia de mujeres en los espacios públicos ha avanzado, con integración paritaria en órganos colegiados e incluso con mujeres en su presidencia, aún quedan pasos fundamentales para alcanzar la igualdad sustantiva.
El tema de igualdad de género va más allá de una cuestión de cantidad o de romper el famoso techo de cristal, sin restar importancia a los avances logrados hasta ahora. Para consolidar una verdadera equidad, es necesario replantear las estructuras que históricamente han sido diseñadas bajo un modelo masculino.
Quiero resaltar dos tareas fundamentales para avanzar en este proceso: el rediseño del espacio público y la transformación del modelo cultural.
Aquí lo explico:
El primer aspecto es el rediseño del espacio público para incluir la presencia de las mujeres. Históricamente, estos espacios han sido diseñados bajo un modelo masculino, respondiendo a sus necesidades y características. Aunque la realidad ha cambiado, muchos de estos espacios siguen sin considerar plenamente la presencia femenina.
A simple vista pueda parecer irrelevante, sin embargo diversos estudios con perspectiva de género han demostrado que las normas, prácticas y espacios han sido diseñados desde una óptica masculina. Vistos desde la experiencia femenina, muchos requieren modificaciones para ser realmente incluyentes.
Un ejemplo común es la calle empedrada, diseñada sin considerar que las mujeres con tacones pueden tener dificultades para caminar en ella. No rediseñar ese espacio implica que deban caminar más lento, no puedan correr, se cansen más, tengan que detenerse o incluso padezcan el riesgo de caer. Esta imagen simbólica representa lo que sucede en muchos ámbitos públicos: las mujeres deben adaptarse a entornos que no fueron pensados para ellas, lo que genera obstáculos innecesarios.
Para garantizar la plena inclusión de las mujeres en los espacios públicos, es fundamental revisar horarios, salarios y normas, así como replantear instalaciones y prácticas según sus necesidades reales. No hacerlo implica un desgaste adicional para mujeres, familias y sociedad, con impactos negativos en la economía y el desarrollo.
En muchas ocasiones, la falta de rediseño de los espacios obliga a las mujeres a abandonarlos, y no por falta de capacidad. Estas adecuaciones no reducen la eficiencia o productividad; de hecho, muchas veces las mejoran.
El segundo desafío clave es promover un cambio cultural, objetivo central de las normas y acciones afirmativas. Más allá de la presencia femenina en espacios públicos, es necesario dejar de juzgar permanentemente su desempeño bajo parámetros masculinos.
Las mujeres no llegamos a los espacios públicos para competir con los hombres o imitarlos, sino para aportar una visión complementaria y enriquecer el desarrollo social. Traemos consigo una perspectiva distinta, que integra aspectos como la maternidad, la salud, las emociones y otras realidades que históricamente han sido ignoradas. Incluir esta visión no solo es un acto de justicia, sino que enriquece a la sociedad en su conjunto, aportando mayor diversidad, integralidad y bienestar.
Avanzar en este camino permitirá mejorar todos los ámbitos de la sociedad. Sigamos trabajando en conjunto solo así podremos lograrlo.