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¿Jueces sin rostro o justicia sin garantías?

Por Adrián Arellano Regino, abogado penalista y socio en Vega Mac Gregor Arellano S.C.

Hace unos días se dio a conocer una de las iniciativas más inquietantes que pretenden reformar el Código Nacional de Procedimientos Penales: la incorporación de los jueces sin rostro. Esta figura, envuelta en un halo de sigilo y excepcionalidad, tiene como propósito proteger la identidad de quienes juzgan delitos de delincuencia organizada, bajo el argumento de blindarlos contra presiones externas y resguardar su seguridad personal.

Aunque ya había sido propuesta en iniciativas previas, esta vez la intención es clara: llevarla del papel a la práctica. Y si bien en un primer vistazo puede parecer una medida razonable —sobre todo si asumimos que el sistema de justicia funciona—, la realidad, como siempre, es mucho más compleja… y más peligrosa.

Imagine, por un momento, que es detenido por presuntamente participar en operaciones con recursos de procedencia ilícita. Llega a su audiencia y no sabe quién lo juzga. No conoce su rostro, no sabe su nombre, no tiene idea de su experiencia, de su formación, de sus vínculos, ni de su imparcialidad. ¿Puede confiar en que esa persona tomará una decisión objetiva? ¿Puede defenderse realmente si ignora quién lo está “juzgando”? Lo que se disfraza de protección puede ser, en realidad, una ruta directa a la oscuridad procesal.

Es cierto: vivimos en un país donde la violencia y la corrupción han golpeado de forma brutal al Poder Judicial. Hemos presenciado atentados contra jueces, juezas y magistrados. La amenaza contra su integridad es real, y proteger su identidad puede, en algunos casos, ser una herramienta válida para garantizar su independencia. Pero ¿a qué costo?

Porque el riesgo no es menor: al ocultar el rostro de la justicia, se abre la puerta a las arbitrariedades más peligrosas. A decisiones tomadas sin rostro… y sin responsabilidad. A juicios manipulados desde la sombra. A persecuciones políticas disfrazadas de legalidad. Hoy, más que una medida de seguridad, la figura del juez sin rostro podría convertirse en el disfraz perfecto del autoritarismo judicial.

Peor aún: este cambio no viene solo. Llega en medio de un ambiente enrarecido por la reforma judicial que pretende politizar los nombramientos de jueces y magistrados, debilitando su autonomía. ¿Y ahora también se busca invisibilizarlos? La combinación es explosiva: jueces electos por voto popular, sometidos al humor político, y protegidos tras el anonimato. ¿Qué clase de justicia podemos esperar en ese escenario?

Tal vez esté equivocado. Tal vez esta medida sí busque proteger la vida de quienes arriesgan todo al juzgar a criminales peligrosos. Pero el contexto nos obliga a sospechar. En tiempos donde se instrumentaliza la justicia, donde los adversarios políticos se convierten en enemigos del Estado, los jueces sin rostro pueden ser una herramienta más para encubrir decisiones sin legalidad, sin control y sin contrapesos.

Porque cuando la justicia pierde su rostro… también pierde su rumbo.

 

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