Así es, la única “verdad” –inmutable y, sobre todo, incuestionable– es que el mundo y la humanidad fueron creados como reseña el Génesis
En 1960, el director norteamericano Stanley Kramer dirigió la adaptación cinematográfica de la novela de Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee, Inherit the wind. La trama suena a pura ficción y vista a los ojos del siglo XXI resulta increíble de admitir. En un apacible condado rural del sur de los Estados Unidos llamado Hillsboro, un sencillo profesor de secundaria se da a la tarea de enseñar en la clase de biología la teoría de Charles Darwin sobre el origen de las especies y, en forma particular, aquella parte en la que el naturalista inglés sostiene que el ser humano desciende de los simios. Esto lo confronta con una población mayoritaria y profundamente religiosa, incluidas las autoridades locales, estas últimas ejecutan una ley estatal que prohíbe a todas las escuelas públicas de la entidad enseñar cualquier teoría sobre el origen de la especie humana que contradiga la versión bíblica.
Así es, la única “verdad” –inmutable y, sobre todo, incuestionable– es que el mundo y la humanidad fueron creados como reseña el Génesis. Cualquiera otra forma de pensar, de acuerdo con la mayoría constituye delito y blasfemia, una conducta prohibida que combina sin distinción a la ley civil y al dogma religioso. Hillsboro se vuelve el hazmerreír de los Estados Unidos calificando el proceso legal en contra del profesor –ahora delincuente– como el Monkey Trial, el juicio del mono.
La causa legal confronta a dos prestigiados abogados. Uno de ellos llama poderosamente la atención: el defensor de la causa mayoritaria es un personaje que ha sido tres veces candidato perdedor a la Presidencia de los Estados Unidos y quien más parece un predicador que transforma el foro jurídico en arena política. El veredicto está dictado de antemano, entre incitaciones al linchamiento y la cerrazón pura, el profesor es condenado.