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El precio de ser mujer

Por Jazmín Bonilla García

Llega marzo y, con él, el “tiempo de mujeres”. Pero ¿es realmente tiempo de mujeres? En el marco del mes del día internacional de la mujer (8M) no puedo dejar de reflexionar sobre algunas cosas que suelen pasar inadvertidas para una gran cantidad de la población, pero no para nosotras.

Ser mujer implica, en general, gastar más. No lo digo yo, lo revelan los estudios. Ya en 2019 la PROFECO, en su estudio: quién es quién en los precios, expuso la diferencia de precios entre productos básicos de higiene personal para hombres y para mujeres: rastrillos, desodorantes, shampoo, acondicionador, jabón de higiene íntima, ropa interior desechable, pañales, en fin, la lista es, por decir lo menos, generosa. En ese entonces se mostró que las mujeres podemos llegar a pagar hasta un 17.2% más por nuestros productos de uso diario, ¿un porcentaje considerable no?

Por su parte, la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas reveló indicadores de que los seguros de vida y de gastos médicos mayores para mujeres son, en general, más caros, lo que se debe a muchas razones: nuestra expectativa de vida, las mujeres solemos estar más adversas al riesgo que los hombres, solemos tener un mayor riesgo de perder nuestros activos e ingresos debido a un embarazo, eventualidad, pérdida de empleo, separación o divorcio y, en materia de salud, por ejemplo, requerimos coberturas especiales como embarazo, parto y tipos específicos de cáncer como de mama y cervicouterino.

De ese estudio, resulta sumamente interesante que, el 32.5% de las mujeres no contratan un seguro de gastos médicos mayores o de vida porque no tienen empleo, no tienen dinero o sus ingresos son variables, mientras que un 45.2% contaba con uno, pero tuvo que dejar de pagarlo por haber dejado de trabajar o haber cambiado de trabajo. Esto tiene sentido si se toma en cuenta que “el menor costo de siniestralidad generado por las mujeres no se refleja en primas más bajas”, es decir, que a pesar de que los índices de siniestralidad de las mujeres son menores, las primas que debemos pagar por nuestros seguros no son más bajas. Mientras que el costo promedio por siniestro causado por mujeres tratándose gastos médicos es de 36%, el precio de la prima por dicho seguro es hasta un 42% mayor.

El precio de ser mujer, en la vida diaria, es más alto. Basta acudir al supermercado y comparar precios, por ejemplo, los pañales entrenadores para niñas tienen, en promedio, un costo de entre 6 y 8 pesos más caro en relación con los pañales entrenadores para niños, los cuales, sin duda, no son sustituibles. Hablando de ropa deportiva, por ejemplo, he observado que una playera para correr sin mangas, con independencia de su color, puede llegar a ser hasta 200 pesos más cara que una de hombre con las mismas características. Comprar un pantalón corto deportivo (short) con bolsillos para mujer, es, no solo, más difícil de encontrar (pero de esto platicaremos en otra ocasión), sino también más caro en promedio. La lista de productos de uso femenino con precio más elevado es variada y real y nosotras lo sabemos.

Sumemos a esto el costo adicional que tenemos que pagar por productos específicamente destinados para nuestro uso como, por ejemplo, los de gestión menstrual. Son, simplemente, productos “extra” por los que debemos pagar por necesitarlos.

A esta diferencia de precio entre los productos dirigidos al sector de la población femenino y el dirigido al sector masculino, se le ha conocido como impuestos rosas. No quiere decir que las leyes de nuestro país contengan específicamente alguna norma que obligue a las empresas a que sus costos en productos femeninos sean más caros que los masculinos -esto sería claramente contrario al derecho a la igualdad-, quiere decir que, muchas veces, nosotras pagamos más por lo mismo.

Esto es especialmente relevante en un país en el que la brecha salarial (es decir, la disparidad de salarios entre hombres y mujeres) existe. Así lo reveló el estudio del Instituto Mexicano de la Competitividad del que se advierte que, para 2022, la brecha de ingresos era del 14%, es decir, por cada 100 pesos que recibe un hombre en promedio por su trabajo al mes, una mujer recibe 86 pesos.

No todo es gris en este panorama. Cierto es que, en el 2022, el gobierno federal implementó algunas medidas para que las mujeres accedamos a productos que son de absoluta necesidad para nosotras sin pagar impuesto al valor agregado: por ejemplo, la Ley de Ingresos para 2022 previó la “eliminación” del IVA para los productos de gestión menstrual (al disponer una tasa del 0%) lo que ayuda no solo con la disminución de nuestros gastos, sino también con la facilitación para que más mujeres puedan acceder a ellos.

En más ejemplos, el Congreso del estado de Michoacán aprobó en su Ley de Educación que, en las escuelas públicas pertenecientes al Sistema Educativo Estatal, las autoridades educativas faciliten el acceso gratuito a los productos de gestión menstrual para niñas, mujeres y personas menstruantes que lo requieran, lo que logró mediante el derecho a recibir productos adecuados para la gestión menstrual, tales como, toallas sanitarias desechables y de tela, tampones, copas menstruales o cualquier otro bien destinado a la gestión menstrual priorizando a las educandas que enfrenten condiciones económicas y sociales que les impidan ejercer su derecho a la educación. Esto es particularmente relevante en un país en el que un 43% de niñas y adolescentes prefieren quedarse en casa que acudir a la escuela durante su periodo menstrual según el Programa Higiene Menstrual del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Estas acciones gubernamentales son un paso en el reconocimiento de la necesidad de que las mujeres accedamos a bienes y servicios en igualdad de condiciones.

Sigamos trabajando juntas, uniendo nuestras voces, para lograr acciones que nos acerquen a la igualdad. En un país donde la disparidad económica entre hombres y mujeres es real y considerable, debemos seguir luchando por acciones que nos acerquen a la igualdad de oportunidades: el hecho de que los bienes y servicios para las mujeres sea mayor, hace también que nuestra probabilidad para disfrutarlos sea menor y nos aleja de la posibilidad de disfrutar y acceder a otras oportunidades y derechos, por ejemplo, educativos, de salud, de empleo y de esparcimiento -incluyendo los deportivos- alejándonos de una verdadera paridad.

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