La prisión: un árbol que nació torcido
Por César Roberto Hernández Aguilar.
La reinserción social es uno de los principios del sistema penitenciario en nuestro país. Se busca que, a través de una condena que el sentenciado debe cumplir, se logre reinsertar a la sociedad porque se le asume como un sujeto responsable. Tal objetivo, dice nuestra constitución, se cumplirá porque se rige por el trabajo, la capacitación para el mismo, la salud, el deporte y la educación, todos sobre la base de los derechos humanos. A estos parámetros se les conoce como los cinco ejes de la reinserción social.
Pero parece que hoy la realidad es otra. A través de los discursos del aumento de penas y de los delitos que son incluidos en la lista de aquellos que son de prisión preventiva oficiosa, la reinserción social pasó a segundo plano. Se busca el castigo puro y duro, y se piensa que eso reducirá la tasa de criminalidad.
¿Por qué sucedió esto? ¿A partir de qué momento la prisión dejó de cumplir con sus objetivos?
Para responder a esas preguntas debemos partir de sus orígenes. Las prisiones nunca fueron diseñadas para reinsertar a las personas a la sociedad. Su función era parecida a lo que conocemos hoy como la medida cautelar de prisión preventiva, es decir, mantener a la persona privada de la libertad hasta que se le dictaba sentencia. Desde aquí tenemos un primer problema. Buscamos la reinserción donde nunca fue planeada.
Incluso durante sus primeros pasos como condena, su objetivo no era reinsertar, sino castigar. Algunos como Foucault incluso aseveraron que su objetivo era la vigilancia y la disciplina. Ninguna huella de reinserción social en sus orígenes como herramienta punitiva.
Fue hasta el surgimiento de la criminología y la penología que se dieron los primeros pasos para llegar a lo que hoy conocemos como reinserción social. A través de estas nuevas ciencias, el derecho penal se comenzó a preguntar si las personas que cometían delitos podían rehabilitarse mediante tratamientos eugenésicos, psicológicos o incluso psiquiátricos. Todo con la finalidad de averiguar las causas del delito y así prevenirlo en el futuro. Se estudiaba al delincuente como fenómeno social. Sin embargo, en estos primeros esbozos tampoco se pensó en la reinserción, sino en una forma de estudiar las causas de la criminalidad, como bien apuntó David Garland en “Vigilar y asistir”.
En México, fue hasta las reformas constitucionales de 2008 que se incluyó el término “reinserción social”. Su finalidad era asumir que la delincuencia era un problema social y no de la persona que antes era etiquetada como “desadaptada” o “degenerada”. Incluso buscaba que fuera productiva para la sociedad una vez cumplida su condena.
Luego de este recorrido, tenemos señales de por qué la reinserción social no se materializa. Es un árbol torcido del que se buscó enderezar sus ramas.
A esto hay que añadir el factor cultural. Los acusados salen de prisión y se inicia un ciclo de reincidencia y exclusión. Se siguen pidiendo de manera ilegal las famosas cartas de no antecedentes penales para obtener un empleo; existe exclusión al condenado, e incluso en contra del que resultó absuelto, y es discriminado solo por haber estado en prisión.
Se vuelve ahora urgente replantear si las figuras como la prisión preventiva oficiosa, o el aumento de las penas en realidad son efectivos para reducir la criminalidad, o bien, si vamos a seguir creyendo ingenuamente que las personas que delinquen se sienten disuadidos al ver el aumento de penas.
Pero lo más importante, tenemos que mirar hacia el otro lado. Si bien la prisión es un árbol que nació torcido, al día de hoy se vuelve inevitable. Por ello, debemos buscar una verdadera forma que sea útil para lograr el pleno ejercicio de los derechos humanos que parece todos olvidaron cuando se busca a la prisión como la medicina contra el delito: la reinserción social del sentenciado y la reparación del daño de la víctima.

