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El ocaso judicial en México

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Por: Sergio Valls Esponda

En la gama de emociones que van de la euforia a la depresión, de la rabia a la esperanza, asistimos al ocaso del sistema judicial. Ocaso es ese breve instante en el que el sol se retira del horizonte, es una metáfora poderosa que evoca cierre, transformación y, a la vez, la promesa de un nuevo amanecer.

El ocaso no ocurre de manera abrupta; es un proceso gradual en el que la luz se torna tenue. De igual modo, el sistema judicial ha mostrado señales de agotamiento: problemas estructurales, rezago y desconexión con las demandas sociales reflejo de un modelo que dejó de satisfacer las necesidades de justicia de familias y empresas mexicanas.

¿Por qué nos sorprende? En lo que va del siglo se han realizado dos diagnósticos profundos: el Libro Blanco de la Reforma Judicial, elaborado por la SCJN entre 2003 y 2005; y Diálogos por la Justicia Cotidiana, por el CIDE y la UNAM en 2015 y 2016. Ambos coinciden: la justicia en México es lenta, compleja, costosa, discriminatoria y violatoria de derechos humanos. Son conclusiones severas, pero el primer paso para corregirlas es el reconocimiento; lamentablemente, no hemos avanzado más allá de ese punto. Las recientes métricas y encuestas sobre justicia y estado de derecho no muestran mejoría.

Entre las acciones para corregir el rumbo, ambos diagnósticos coinciden en tres puntos: el fortalecimiento de los Mecanismos Alternativos de Solución de Conflictos (MASC), el uso de nuevas tecnologías y dotar de mayor autonomía a los poderes judiciales locales, replanteando el amparo judicial.

Entonces no hay sorpresas, acaso personas sorprendidas.

¿Quién nos va a extrañar? Muy pocas personas entienden o se interesan en los sistemas judiciales. Por supuesto, quienes se benefician del estado actual, con los problemas y fallas detectadas en los diagnósticos, no desean ningún cambio. Es común que una de las partes en un juicio se beneficie de la mora o retraso en la sentencia; generalmente, quien tiene poder económico. Para decirlo claro: en el México actual, lo contrario de la justicia no es la injusticia. Es la pobreza.

¿Votar o no votar? Un dilema que debe ser, en todo caso, personal. Se requiere exceso de soberbia para sentirse guía moral y pretender influir en el ejercicio, o no, de un derecho. Más de dos millones de juicios saturan anualmente las tuberías procesales del país. En primer lugar, serán las partes de esos litigios quienes tienen razones para manifestar su opinión a través del voto. También acudiremos a quienes nos ocupan temas de justicia. La Constitución no necesita legitimación; quienes argumentan que el voto legitima la reforma están en un error. Lo saben.

Este momento puede interpretarse como el final de una fase caracterizada por prácticas ineficaces y desconfianza generalizada. Por más sombrío que parezca el ocaso, siempre lleva consigo la esperanza del amanecer. En el caso del sistema judicial, esa esperanza radica en la incorporación de los MASC, la implementación de tecnología en los procesos y los esfuerzos por fortalecer la justicia local.

Son tiempos de reflexión, acción y restauración.

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