Los robots fueron creados para privar al ser humano de exponerse ante situaciones de riesgo y hacer más eficiente la vida; además, carecen de cerebro, no sueñan ni recuerdan
Sergio Alonso Rodríguez
En una escena de Extinción (2018), película de ficción especulativa disponible en Netflix, un hombre y una mujer debaten ante las cámaras sobre la posibilidad de otorgar derechos a los robots. Ella está a favor, mientras que él se opone, aduciendo que el desliz implicaría la sublevación de esas criaturas, preludio al fin de la humanidad
El tema no es nuevo y dará de que hablar durante mucho tiempo. Entretanto, la robótica evoluciona y sus productos son cada vez más impactantes. El derecho no debe ser ajeno ni al proceso productivo ni, mucho menos, a sus consecuencias.
En la Resolución del Parlamento Europeo, del 16 de febrero de 2017, con recomendaciones destinadas a la Comisión sobre normas de Derecho civil sobre robótica, se acepta que los seres humanos siempre han fantaseado “con la posibilidad de construir máquinas inteligentes, sobre todo androides con características humanas”, y se observa que “formas de inteligencia artificial cada vez más sofisticadas parecen dispuestas a desencadenar una nueva revolución industrial”. Esto último obliga a “ponderar las consecuencias jurídicas y éticas” que ello tendrá, sin comprometer la innovación.
Parece que ya no es tan correcto hablar en tiempo futuro. El tratamiento excepcional que puede obtener un robot ya se ha visto; Sophia, la humanoide creada en 2015 y cuyo rostro parece real, obtuvo la ciudadanía (!) saudí en 2017. Es una máquina que está programada para llevar a cabo determinadas funciones y carece de voluntad y de conciencia; no obstante, se le otorgó una calidad que es privativa de los seres humanos. Sophia no es sino un dechado de inteligencia artificial (IA). Si tiene idea de lo que supone la ciudadanía, es por su programación, no porque comprenda en qué consiste ser ciudadano.
Si los androides tuvieran conciencia, no esperarían a que los nombraran ciudadanos; se creerían dignos de serlo y demandarían ejercer sus derechos , como el voto, la identidad y la no discriminación.
El meollo del asunto radica en determinar si los robots son sujetos u objetos de derecho. El Parlamento Europeo señala que la robótica y la IA se desarrollan en fomento del modo de vida y las forma de trabajo; su papel consiste en privar al ser humano de exponerse a condiciones peligrosas en diversos ámbitos. En una palabra, toda forma de IA existe para aminorar riesgos para sus creadores y hacer más eficiente la vida de estos. ¿Para qué mandar espeleólogos a explorar una caverna inhóspita, cuando un robot pequeño y flexible puede hacer lo propio? ¿Para qué encomendar a un sujeto la desactivación de una bomba, cuando una máquina puede ocuparse del asunto?
Carlos Rogel Vide afirma que, por muy versátil y sofisticado que sea, un ingenio electrónico “es objeto y no sujeto de derechos”. Más allá de la obsesión con fabricar androides antropomorfos, las capacidades básicas de estos suelen ser mecánicas, no cognitivas. Aun así, la literatura y el cine se afanan en mostrar robots que, por tal o cual razón, parecerían merecer el carácter de personas, “como sujetos de derechos y hasta de obligaciones”. Una persona es un “individuo de la especie humana” que, además, resulta “sujeto de derecho”; el androide no integra la especie humana, de modo que no es una persona ni sujeto de derechos.
El Parlamento Europeo se pronunció por crear “a largo plazo una personalidad jurídica específica para los robots”, con tal de que los más complejos de estos se consideren “personas electrónicas responsables de reparar los daños que puedan causar, y posiblemente aplicar la personalidad electrónica a aquellos supuestos en los que los robots tomen decisiones autónomas inteligentes o interactúen con terceros de forma independiente”.
En cuanto el robot actúe de manera genuinamente inteligente, es decir, sin asomo de artificialidad, se pondrá en duda su calidad de máquina. Si la educación se antepone a la programación y la argumentación al algoritmo, ahí habrá un ser más que humanoide. Sin embargo, hoy abundan las pruebas de que la robótica está lejos de ser de carne y hueso: el androide carece de sentido común y de criterio, su comportamiento no se fundamenta en valores y principios, es incapaz de ceder a la pasión, no sueña ni recuerda porque carece de cerebro…
Los extremos a los que podrían llegar los promotores de la IA no deben tomarse a la ligera. Para contrarrestar a tiempo los efectos de una generación de robots peligrosamente confundible con la especie humana es necesario seguir el ejemplo del Parlamento Europeo y considerar las implicaciones de la automatización en todos los órdenes de la vida. Legislar en materia civil y penal, a propósito de meros daños cometidos por robots, parece cosa fácil; pero hacerlo para otorgarles (no reconocerles) derechos privativos del ser humano podría convertirse en una espada de Damocles.
¿Qué pasaría si, en virtud de una programación aún inconcebible o de la mera espontaneidad —como se plantea en Blade Runner (1982) y Autómata (2013)— los robots se vuelven decididamente humanos o, como diría Tyrell: More human than human? ¿Habrá ya un marco jurídico propicio para una situación así, o a todo el mundo lo tomará desprevenido?
Superada la idea del robot como simple doble de riesgo de sus creadores, se hablará entonces de una nueva categoría de ser viviente, una raza consciente que alegará tener dignidad (!) y, por tanto, merecer el reconocimiento (no el otorgamiento) de toda clase de derechos. Ojalá que los operadores jurídicos actúen antes de que ocurra una disrupción insospechada. Antes de que los androides empiecen a soñar.
2017 fue el año en el que Sophia, una humanoide creada en 2015, obtuvo la ciudadanía Saudí.
¿SUJETO U OBJETO?
Para Carlos Rogel Vide, un ingenio electrónico es objeto y no sujeto de derecho, porque sus capacidades básicas suelen ser mecánicas, no cognitivas.
LEJOS DE SER DE CARNE Y HUESO
-Para el Parlamento Europeo, los robots más complejos son personas electrónicas.
-Será una persona electrónica cuando tome decisiones autónomas.
-Habrá más que un humanoide si la argumentación se antepone al algoritmo.