Por: Dora Alicia Martínez Valero
En las aulas mexicanas ocurre diariamente una silenciosa pero poderosa transmisión de derechos fundamentales. Mientras enseñan matemáticas, historia o ciencias, los docentes realizan una función que trasciende lo académico: son auténticos garantes de derechos humanos, constructores de ciudadanía y promotores de justicia social. Sin embargo, el reconocimiento jurídico de esta función esencial ha seguido un camino irregular en nuestro sistema legal.
La Constitución Mexicana, en su Artículo 3°, establece que la educación desarrollará armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará el respeto a los derechos humanos, pero ¿quién protege a quienes tienen la misión de proteger estos derechos en formación?
El marco normativo que ampara la labor docente ha evolucionado significativamente en las últimas décadas. Pasamos de una concepción del maestro como simple transmisor de conocimientos a reconocerlo como agente fundamental del cambio social. La Ley General de Educación establece que las maestras y los maestros son agentes fundamentales del proceso educativo, subrayando así su importancia en la transformación social. Esta visión se refuerza a lo largo de la normativa educativa que busca revalorizar al magisterio nacional.
Sin embargo, persiste una paradoja inquietante: mientras exigimos que los maestros sean guardianes de derechos, frecuentemente desatendemos sus propias garantías laborales y profesionales. La reforma educativa de 2019 intentó corregir este desequilibrio al reconocer la dignificación del magisterio como principio rector, pero su implementación efectiva sigue siendo un desafío pendiente.
El Día del Maestro nos convoca a reflexionar no solo sobre su labor formativa sino también sobre la protección jurídica que merecen. Internacionalmente, la UNESCO ha establecido estándares sobre la condición del personal docente que México ha suscrito pero implementado parcialmente. Estos lineamientos reconocen que la seguridad jurídica del maestro es condición necesaria para garantizar una educación de calidad.
Los desafíos pendientes son evidentes: necesitamos un estatuto jurídico específico que reconozca la singularidad de la función docente; urge fortalecer los mecanismos de defensa legal ante amenazas o agresiones que sufren en el ejercicio de su profesión; y es imperativo desarrollar protocolos que armonicen sus responsabilidades con la protección efectiva de sus derechos.
El maestro mexicano navega diariamente entre múltiples responsabilidades legales: está obligado a proteger los derechos de sus alumnos, debe garantizar entornos libres de violencia, tiene que implementar medidas de inclusión educativa y además debe mantenerse actualizado en su campo. Todo esto mientras enfrenta condiciones laborales que frecuentemente no reflejan la importancia jurídica de su función.
En un país donde la desigualdad sigue determinando el acceso a oportunidades, los maestros constituyen la primera línea de defensa de la equidad social. Su labor trasciende el ámbito contractual para convertirse en una función constitucional: son los guardianes cotidianos del derecho a la educación.
Como hija de maestros, he escuchado a mi padre repetir incansablemente una frase que resume la trascendencia de esta profesión: “que la vida no te repruebe”. Esta máxima, más que un consejo académico, representa la dimensión ética y humana que sustenta la verdadera labor docente: formar personas que puedan enfrentar con integridad los desafíos de la vida.
Reconocer jurídicamente esta función protectora no es un privilegio sino una necesidad democrática. Solo cuando la sociedad y el Estado otorguen al magisterio el estatus legal que corresponde a su responsabilidad social, podremos afirmar que valoramos genuinamente la educación como pilar del desarrollo nacional.
El camino hacia ese reconocimiento pleno requiere no solo reformas normativas sino también un cambio en la percepción social de la profesión docente. Cada avance en esta dirección contribuirá a construir un sistema educativo donde los maestros puedan ejercer con dignidad su noble función de formar ciudadanos conscientes de sus derechos y responsabilidades.